EL CAMAROTE 58


EL CAMAROTE 58
Libros y Tebeos, Cine y Televisión, Juegos Virtualaes y de Sobremesa...
Ciencia-ficción, Fantasía y Terror, Historia y Misterio...

Cinco Reinos... Y una Sagrada Encomienda.

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Título: Cinco Reinos. Las Navas de Tolosa
Autor: Luis de los Llanos
Edita: Equipo Sirius. Colección TransVersal
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Cuando en al año 218 antes de Cristo, con la excusa de las Guerras Púnicas, los romanos llegan a España, ésta es, básicamente, tierra de celtas. Con la llegada de fenicios y griegos determinadas zonas costeras se habían hecho a los aires mediterráneos; pero la personalidad y el poder estaban en el interior. Los romanos aprendieron esto sufriendo terribles descalabros militares. La pasión de los celtas por su tierra era tan descomunal, tan férreos sus esquemas territoriales, que estudios recientes han llegado a concluir que los celtas, como tales -genio y figura-, son originarios de España, y desde aquí, deslavazándose con la distancia y el tiempo, se extendieron por el resto del continente.
La cuestión es que, tras enfrentarse a Roma con una resolución y una belicosidad que obligó a los autores contemporáneos a exclamar aquello de «¡los primeros en ser invadidos y los últimos en ser conquistados!», los hispanos se acomodan a Roma para acabar integrándose en el corazón del Imperio. Los celtas hispanos romanizados dieron al Imperio los mejores soldados más aguerridos y la mejor panoplia, los más expertos capitanes, fecundos oradores, clarísimos vates, inigualables jueces, príncipes y emperadores; tal y como escribía Pacatus Drepanius a finales del siglo IV.
Alrededor de doscientos años costó a Roma seducir -más que someter- a los celtas hispanos, con las virtudes de la Pax Romana; pero cuando lo hicieron, aquellos indómitos guerreros se convirtieron en la espina dorsal del Imperio y, tras su caída, tras la pérdida de las provincias occidentales, la personalidad hispanorromana marcó radicalmente el espíritu depredador de los visigodos. Cada sucesión goda era una degollina, con arreglo a sus costumbres germánicas pero, las raíces hispanorromanas eran profundas y sólidas.
Los moros invadieron Hispania en el 711 después de Cristo, pues bien, cuando en el 722, tuvo lugar la batalla o escaramuza cruenta de Covadonga -en el fondo, lo que importan es su espíritu del hecho, y no la dimensión-, los invasores no habían vencido ni convencido y, por descontado, no habían sometido. Los señores de la guerra, duques visigodos en pie de guerra, levantan en armas a un pueblo que tenía bien presente los beneficios de su antigua ciudadanía romana. Es más, menos de noventa años antes de la invasión sarracena, el Imperio había mantenido posesiones en Hispania, dominando toda la costa sur de la península y buena parte de la levantina. Desde la Provincia bizantina de Spania, los romanos orientales habían devuelto durante más de setenta años, los aires imperiales a una población desasosegada por las constantes conmociones políticas.
De modo que, tras once años de subidón -y nunca mejor empleada la expresión coloquial-, los moros empiezan a desplomarse, y no dejarán ya de hacerlo hasta el 2 de enero de 1492.
¿Por qué casi ochocientos años para culminar la Reconquista? Porque los reinos cristianos, los hispanorromanos, los hispanogodos... los españoles de entonces; eran tan depositarios del ensueño unitario de la vieja Roma, como de la miopía estratégica y la irracional política sucesoria de los visigodos.
Es por ello que, de acuerdo con muchos estudiosos de la Historia de España, sospecho que sin la nefasta contribución de la «gresca visigoda», los «caldeos» (que es como la Crónica Albeldense llama a los moros) no hubiesen hollado el territorio peninsular o, en caso de hacerlo, hubiesen salido más rápido que entraron.
En el citado 722, don Pelayo, un noble visigodo refugiado en las tierras de Asturias muy probablemente como consecuencia de uno de aquellos ajustes de cuentas, inició una reacción en cadena que, con algunas quiebras más efectistas que efectivas por parte de los invasores, acabó con la reconquista de las tierras de Granada por los Reyes Católicos.
Pues bien, si durante esos años de desplome de las taifas moras y progresiva articulación de los reinos cristianos, cabe citar un encontronazo decisivo, ese es, sin lugar a dudas, la Batalla de Las Navas de Tolosa. El 16 de julio de 1212, cerca de Santa Elena, en Jaén.
Un gran ejército almohade y un ejército hispano no inferior a un tercio de aquel, se enfrentaron en aquellas tierras y, de un golpe, la Reconquista se convirtió en una cuestión de tiempo, que un rey tan extraordinario como Fernando III hubiese podido culminar de haber vivido diez añitos más.
En la novela que llevamos entre manos -no crean que me he olvidado de ella-, «Cinco Reinos. Las Navas de Tolosa», de Luis de los Llanos, editada poor Equipo Sirius; revivimos en líneas generales los hechos de tan decisiva batalla campal, a través de los ojos de una suerte de imaginarios figurantes de ambos lados. Se retrata la pasión caballeresca, el empuje ancestral de los hispanogodos, el desgarro entre los moros asentados en tierras españolas y el fanatismo integrista de los almohades, el valor y la cobardía.
Es, la de Luis de los Llanos Álvarez, una interesante y enriquecedora visión e interpretación de aquella batalla, aún más en un país como el nuestro, en el que la Historia tiene escasa y vergonzosa prensa. Si una gesta como la de Las Navas hubiese tenido lugar en Estados Unidos o Inglaterra, la primera versión cinematográfica se hubiese realizado en la época de Georges Méliès y, desde entonces, hubiésemos disfrutado de setenta nuevas adaptaciones, inspiradas en algunas de las cuatrocientas novelas que se habrían escrito sobre el tema.
Como aquella poderosa gesta ocurrió en España, la mayor parte de los españolitos ni siquiera han oído hablar de ella.
Dicho lo cual, sólo me queda recomendarles que vayan a la librería más cercana o busquen en el escaparate virtual de Equipo Sirius: colección TransVersal, Cinco Reinos. Las Navas de Tolosa, de Luis de los Llanos; y se embaúlen esta novela por varios motivos. En primer lugar porque, como españoles, tenemos la obligación de conocer nuestra magnífica y apasionante Historia, sin renunciar ni a un renglón; en segundo lugar, porque nuestros ta-ta-tarabuelos, injustamente olvidados e incluso denostados por los cantamañanas de siempre, merecen toda nuestra consideración y todo nuestro respeto. Sin su coraje y su sangre la Historia de Europa hubiese sido, muy probablemente, silenciosa y oscura.
Y, en tercer lugar, porque, sinceramente, «Cinco Reinos» es una obra cuajada de detalles, que se lee de un tirón.

A. Rodrigo
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Rafa Marín, Torre y los reflejos de Cádiz, turbios o no...


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Título: Los Espejos Turbios
Autor: Rafael Marín
Edita: Grupo AJEC
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Rafael Marín. Otra aventura de Torre. Y no hay dos iguales, dentro de la identidad monolítica del Torre socarrón, bajuno cuando se tercia, algo sonado -a la fuerza ahorcan-, dotado de esa nobleza de márgenes, de esa astucia ancestral de calleja y cuchitril que ya retrataron los clásicos de la Picardía y que, en Cádiz, en virtud de un no se qué intemporal, se ha quedado en el ambiente.
Porque, verán ustedes, Rafa, Rafa Marín, es gaditano. Y Cádiz es, dejando a un lado todos esos cantamañanas que se creen diferentes por lo largo del pulgar, un rincón de España realmente diferente, con el punto magistral de azúcar, sal y ácido que rezuma en cada esbozo de Torre y la camarilla que le acompaña.
No hay torre, por alta que sea, que no se derrumbe cuando Torre y su guarnición le trabajan los bajos.
Rafa es un tipo encantador, inteligente, lúcido, incisivo y saleroso, y escribe como es.
Por ese motivo, Torre y sus aventuras son una filigrana, un capotazo valiente, refresco o sofoquina, suicida si da de ancho; una gozada en negro sobre blanco que nadie se puede perder.
Las aventuras de Torre, como el ungüento Cañizares, se pueden oler, frotar o ingerir y, de cualquier modo curan, durante casi trescientas páginas, todos los males.
Rafa: Eres de lo que no hay. Un abrazo muy fuerte.
Y ahorita mismo, todos echando mistos a la librería o a la tienda virtual del amigo Raúl.

http://www.grupoajec.es/

Andrés Rodrigo
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El Homenaje del Maestro...

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Título: Homenaje
Autor: Domingo Santos
Edita: Grupo AJEC
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Raúl Gonzálvez está que se sale. Punto.
Échenle si no un vistazo al escaparate virtual del grupo AJEC, y ya me dirán:
http://www.grupoajec.es
http://www.grupoajec.es/attachments/article/294/catalogo%20ajec_2011.pdf

Las cosas como son, y como muestra un botón.

Don Pedro: Domingo Santos, para las letras de ficción españolas.
Homenaje del maestro de la ciencia-ficción española a: Isaac Asimov, James Graham Ballard, Ray Bradbury, Arthur Charles Clarke, William Hope Hodgson, Emst Theodor Amadeus Hoffman, Howard Phillips Lovecraft, Richard Matheson, George Orwell, Edgar Allan Poe, John Ronald Reuel Tolkien y Herbert George Wells.
Todos y cada uno de ellos, desde donde quiera que estén, deben sentirse honrados siendo homenajeados por una personalidad tan relevante.
Léanlo, y léanlo con serenidad y detenimiento, para constatar como la pluma de Domingo Santos juega con las referencias y los conceptos originales, imprimiéndoles esa magia que es inquietud en Asimov, Ballard o E.T.A. Hoffman, desasosiego en Hodgson y Lovecraft, misterio en Poe o magia en Tolkien.
Domingo Santos se acerca a la obra -al autor a través de ella- y la presenta, la metaboliza, se identifica o la sobrevuela, desvelando texturas que, muy probablemente, los padres de las criaturas pasaron por alto.
Que nadie espere, necesariamente, historias ambientadas en los particulares universos de los homenajeados porque, viniendo de Domingo Santos, la cosa nunca es tan sencilla; pero siempre es magistral.
A por el libro, pero ya.

Andrés Rodrigo
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99 Perspectivas inquietantes...



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Título: 99 Lugares donde pasar miedo
Autor: Lorenzo Fernández Bueno
Edita: Libros Cúpula_Planeta

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Supongo que, dada la coyuntura actual del mercado editorial -¡Ea!, que se venden menos libros que Ferrari Testarossa-, lo del título tiene su puntito de marketing: ¡99 Lugares donde pasar miedo! Pronunciado así, entre signos de exclamación, tiene un gancho añadido que, muy probablemente, le abra puertas de esas que chirrían por la falta de uso.
A lo mejor -y solo, a lo menor-, la palabra «miedo», estadísticamente hablando, tira más que la palabra «misterio»; pero, desde mi humilde punto de vista, el misterio va mucho más allá que el miedo. El miedo es, por su propia, implosiva e irracional naturaleza, transitorio, fugaz. El misterio, en cambio, es casi una entidad. Silente, opresivo, abismal, el misterio es una garganta en suspense, siempre a punto de revelar lo inesperado, lo imposible.
Y el libro de Lorenzo Fernández Bueno trata, por más que el marketing imprima otra cosa sobre su portada, de Misterio. De lugares envueltos por el Misterio. Luego, cada cual de acuerdo con sus límites, que experimente miedo puntualmente con lo que le venga en gana: desde un mosquito zumbando en la oscuridad de una alcoba, al gañido de una bestia en la negrura de una caverna; que, como reza el dicho popular: «Hay gente para todo».
Miren ustedes, yo soy científico. Lo mío es la física, y esta declaración que, en principio, debería dejarme a un lado con respecto a estos temas, vista desde una perspectiva cosmológica, cuántica, me coloca en una situación idónea para experimentar esa inquietud a la que antes me refería.
Porque ni la realidad es tan evanescente como la pintan unos, ni tan cuadriculada como la pretenden otros, y los resquicios existentes entre las cuadrículas de estos últimos, son más que suficientes para hacernos experimentar un cierto… desasosiego.
Hoy en día, cuando los físicos estamos coqueteando sin demasiados reparos con realidades multidimensionales, cuando la ciencia pone frecuentemente en jaque a la ciencia-ficción (otra de mis pasiones), resulta sugerente mirar a nuestro alrededor con los ojos entornados, y experimentar los armónicos, primordiales y quizá por ello olvidados, que condicionan la realidad transformándola en… algo más sugerente.
Y el libro de Fernández Bueno -experto en temas de esos que llaman «paracientíficos» es, ni más ni menos, una guía para experimentar esa vibración ancestral tan omnipresente y esquiva.
Usted podrá echar en falta lugares misteriosos, e incluso considerar que alguno de los citados en esta obra no lo son, pero, sin lugar a dudas, de un modo u otro, Lorenzo Fernández propone -nos propone- noventa y nueve rutas mágicas a lo largo y ancho de un mundo -el nuestro-, que trasciende, con un mínimo de complicidad por nuestra parte, los limites aparentes de la materia.
99 Lugares donde pasar miedo -¡experimentar el misterio!-, de la mano de Lorenzo Fernández Bueno y Libros Cúpula, de Planeta, ofrece, sin lugar a dudas, perspectivas singulares de la realidad.
Se acerca el verano y con él, la posibilidad de viajar a Belmez, a Ochate, a El Escorial, Zorita del Maestrazgo o cualquier otro de los lugares citados por el autor -si el bolsillo da de sí-, para escuchar más que oír, para observar más que ver. Para presentir.
Porque magia e imaginación son, a fin de cuentas, las dos caras de una misma moneda.

A. Rodrigo


Lorenzo Fernández Bueno es periodista y escritor. Miembro de la tertulia Zona Cero, dentro del programa La Rosa de los Vientos, de Onda Cero. Dirige la revista Enigmas.
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El Ritual, Adam Neville, Minotauro y la perspectiva cambiante.



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Título: El Ritual
Autor: Adam Neville
Edita: Minotauro
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Al final, digo, cuando uno ya se ha embaulado miles de libros, acaba descubriendo que, independientemente de que determinada obra nos guste más o menos o, simplemente, nos guste; cualquier novedad, tras leer sus primeras treinta páginas, puede adscribirse a una escuela determinada.
Los primeros capítulos de cualquier novela despiden un fuerte aroma que -ya digo, con el bagaje necesario-, la emparientan con la prole literaria de un selecto puñado de precursores.
Así, en lo que al terror respecta por ejemplo, tras un primer vistazo y con el necesario conocimiento de causa, puede uno decir que tal cosa huele a Poe, a Lovecraft, a Stoker, a Machen, a Campbell, a King, a Rice, a Baker… Al final, estos y otros que me he dejado en el tintero, crearon y crean algo más que obras literarias; crearon y crean referencias que otros toman como tales, y como tales siguen, cambiando detalles más o menos significativos, intentando acercarse sugerentemente al lector.
En absoluto estoy diciendo que la obra de un discípulo no pueda emular e incluso superar los éxitos del maestro, sólo digo que tales hechos son muy, muy poco habituales.
Tampoco digo que por el hecho de que una novela -una obra literaria, sea cual sea su extensión, vaya- sea manifiestamente asociable a determinada escuela, no pueda ser apasionante; porque si así fuese, cabría desestimar trabajos -incluso de los «maestros» contemporáneos- que beben descaradamente de fuentes más antiguas.
Pero es cierto que, al menos desde mi punto de vista, la tendencia al encasillamiento que provoca la saturación de referencias, convierte la lectura de muchas novelas en una disciplina y no -como debiera- en un placer.
Cuando un autor consigue hacerte llegar a la página cuarenta, a la noventa… a la puñetera página cuatrocientas, sin haber tenido tiempo ni respiro para encasillarlo, uno tiene primero la necesidad de felicitarle efusivamente, y quizá luego abofetearlo por haber puesto en cuestión nuestra habilidad «encasilladora», nuestra calidad de «expertos» en la materia. 
Este es el caso de «El Ritual», de Adam Neville, que nos presenta Minotauro: poco más de cuatrocientas páginas -creo recordar-, en las que el autor enlaza con miedos atávicos que los maestros vislumbraron y esbozaron.
La cuestión es que Neville, salta de una influencia a otra, de una frecuencia a otra, haciéndonos dejar a un lado cualquier afán encasillador. Neville hurga en heridas nunca cerradas de la memoria colectiva, forzándonos a contemplar el abismo, incluso desde el único punto de vista que, a priori, se nos antoja imposible: su fondo.
Adam Neville maneja de un modo cuando menos turbador, las presencias innominadas e incuestionables que entrevieron los maestros del género y, para redondear su obra, salta de una influencia a otra con la habilidad de un consumado funámbulo.
Así pues, lo más sensato es, paradójicamente, internarse insensátamente en el abismo de «El Ritual» y disfrutar, como buen amante del género, con la sensación de contemplar el círculo iluminado y distante de la boca del pozo… desde su húmedo, oscuro y aterrador seno.
Las amenazas más temibles no tienen nombre, ninguno somos, en realidad, lo que parecemos; y las cosas no salen, jamás, como se planean.

Andrés Rodrigo
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Temporada 03_Programa del 12 de Mayo de 2012

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¡Invasiones extraterrestres!
Primero de una serie de programas -ya irán cayendo- en los que charlaremos sin acritud, de las incontables argucias que, los malvados alienígenas -los del espacio exterior- vienen empleando para sus ensayos de invasión, literarios y fílmicos.
Preciso lo del «espacio exterior», para que nos los confundan vuesas mercedes con esos otros del telediario, que nos dejan pasmados cada día con sus equidistancias entre el terror, la fantasía adolescente más descabellada, la comedia bufa y una ciencia-ficción dislocada que dejaría estupefacto al mismísimo Sheckley.
No, lo nuestro va del extraterrestre clásico, el de los orígenes, el que se entronizó con el papel de pulpa y ha llegado hasta nuestros días, tecnológicamente musculado, pero, en el fondo, tan humanamente cándido, tan propenso al constipado como lo pintó en su día el abuelo Wells.
Ni en orden, ni obsesivamente desmenuzado, ya nos conocéis: cuando toca ponerse serios nos ponemos; pero sólo cuando toca.
En fin, hasta la fecha les hemos dado para el pelo -a los marcianos, digo-. Siempre se han ido bien vapuleados. ¡Ah! Que no se hubiesen metido: Quod tibi fieri non vis, alteri ne feceris. O, dicho de otro modo: el que a hierro mata...
Mientras tanto, nosotros, que a bruticos no nos gana nadie -al menos en el grupo galáctico local-, ensayamos con juegos virtuales, en los que destripamos extraterrestres con frenesí... Porque son juegos, ¿verdad?
¡Mira que si lo Scott Card fue una filtración!
Bueno, acabamos con una salerosa excentricidad, alternativa y anunciada de Daqui, sobre extraterrestres de los de aquí pisoteando pasarelas subvencionadas, y después decimos nuestro adiós a coro que, en realidad, es un «hasta luego-estad atentos a la próxima-no faltéis que os invadimos.
Pues eso.
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La versión musical de Jeff Wayne que, en Español, contó con las maravillosas voces de Teófilo Martínez (narrador), Luis Varela (artillero), Daniel Dicenta (Nathaniel, el párroco) y Marisa Marco (Beth). Una joya. Punto.
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Mira que nos dijeron que acabarían viniendo del espacio exterior.
Pues, hala, con terroríficas lentillas y todo.
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El Enigma de Otro Mundo.
Por favor, quitémonos todos el sombrero.
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